La historia jamás publicada: Censurein John Wayne


Ni defensa nacional ni política ni intereses nacionales o empresariales, ni ninguna de las grandes causas estuvo tras la decisión editorial de bajar a última hora del suplemento cultural más importante de Chile este texto.
A finales de 1940 la Unión Soviética se había fijado un nuevo objetivo de Estado: asesinar a John Wayne. Vivito y actuando, el actor entró en 1974 al Museo Nacional del Cowboy y Herencia Vaquera. Agonizante, recibió la medalla de honor del Congreso de Estados Unidos. Cuando murió el 11 de junio de 1979, las banderas de su país quedaron a media asta. Y casi 30 años después de su muerte, su historia fue censurada en el diario más poderoso de un país sudamericano. ¿Cuál es la secreta relevancia de John Wayne?

Empinar un vasito de orina, fregar copulativamente un par de ramitas o simplemente hacerse el muerto. Técnicas de supervivencia hay muchas, algunas ayudan a sobrevivir en la naturaleza hostil y otras en medios más urbanos pero, al menos, igual de salvajes.
Una periodista joven, casi nueva, casi sin contactos llega a trabajar al suplemento cultural más importante del diario más importante (y al que en realidad poco le importa la cultura). Semana a semana, sobrevive a las reuniones de pauta a punta de ingenio y de efemérides. Que se cumplen 50 años de esto o 25 de lo otro o 100 de esto otro. Y así, el calendario le da la excusa para escribir de lo que quiere y como quiere, aprovechando que los aniversarios son temas necesarios pero nunca importantes. O casi nunca.

Mayo de 2007. En menos de una semana John Wayne pasó de ser el reportaje de relleno a la preocupación central de los editores. Al principio sólo se trataba de un perfil para conmemorar los 100 años de su nacimiento, pero luego se transformó en el artículo más relevante. Al enterarse de la pauta semanal, su majestad, el director del diario, había comentado que Wayne era su actor favorito. Desde ese momento, la corte de editores buscó complacerlo y, entre risitas y bromas, le sugirieron a la periodista encargada que el vaquero debía quedar como el mejor actor del mundo. Ni más ni menos.

El viernes 11 de mayo el artículo estaba diagramado a todo color en la página 5. Faltaban pocas horas para el cierre y ya todo estaba listo: epígrafe, título, bajada, texto, fotos, hasta el recuadro anecdótico. Entonces llegaron las correcciones editoriales. Era una carnicería. Pero justo antes de que la periodista fuera a reclamar, la llamó el editor del suplemento a una reunión a puerta cerrada.

Primero el algodoncito anestésico-elogioso: que el perfil está regio, macanudo, caballo, que podría publicarse en cualquier medio; y tras una pausa, el pinchazo: “en cualquier medio menos en este”. Espantado, el editor le cuenta que cortaron texto, pero que aún así no se puede. Lo curioso es que lo que los horrorizaba eran los dichos del propio John Wayne. Pero por mucho que sacaron, no quedaron conformes. John Wayne no le hacía bien a John Wayne, así que era hora de bajar el texto.

Sí, es cierto. En Chile estaban censurando a un actor gringo que había muerto hace 30 años, tan sólo para no romper la ilusión del excelentísimo director del medio que lo idolatraba. El perfil nunca fue publicado, hasta ahora:

John Wayne: El hombre que se hizo estereotipo
"Feo, fuerte y formal" es el epitafio —así, en español— que Wayne escogió para su tumba. De esa forma trató de ser dentro y fuera de la pantalla, porque una vez que se metió en las botas cinematográficas de héroe, nunca más se las sacó. Se creyó tanto el papel de "hombre rudo", que el estereotipo se le pegó en la piel y ya —casi— no hubo diferencia (sólo se salió del personaje con sus operaciones estéticas y su ausencia de los campos de batalla durante la Segunda Guerra Mundial).

Él fue el macho, poseedor orgulloso de defectos y virtudes previamente establecidos y validados. Alto (medía más de 1,90 m), fornido y masculino, ganó una beca deportiva de estudios. A pesar de eso, le gustaba fumar sin límite, hasta que dejó las cinco cajetillas diarias cuando se enfermó de cáncer pulmonar. Bebía hasta emborracharse —sobre todo tequila—, según él por camaradería. Se entretenía cazando, pescando y jugando cartas. También defendía la varonil decisión de agarrarse a golpes de vez en cuando. Además era todo un galán, tuvo un abultado grupo de esposas y de amantes. Se casó tres veces con tres mujeres latinas (según algunos, éste es el único punto "no americano" en su vida). Pero más que caída, la predilección por las hispanohablantes era un acto consciente, le gustaba su sensualidad y sentido de familia. Un hombre a la antigua necesitaba una mujer a la antigua para que fuera la madre de sus hijos, pero los cambios que vivía la sociedad estadounidense no le facilitaban la tarea.

Aunque halagaba la dignidad y decencia que inspiraba su esposa de turno, tampoco le hacía asco al "otro tipo de mujer". Se involucró con estrellas de cine y, como no, con su secretaria. El más famoso de sus romances extramaritales fue el que sostuvo durante tres años con la liberalísima Marlene Dietrich. La alemana se caracterizaba por acostarse con casi todo lo que tuviera movimiento; así —dentro de su amplio gusto— el vaquero cabía perfecto. Un día de junio de 1940 la actriz se le ofreció sin pudores y él hizo "lo que cualquier otro americano de sangre caliente hubiera hecho en aquellas circunstancias". En la explicación que Wayne le dio a su tercera esposa hay dos claves para entenderlo: el sentido del deber y de ser americano.

"John Wayne, americano", decía la inscripción en la medalla que le entregó el Congreso. Durante sus muchos años de carrera, Wayne compartió la categoría de astro con otras figuras; pero mientras los demás representaban a la naciente juventud rebelde de posguerra, él encarnaba al sistema. Los otros eran una amenaza al país, mientras él era "América". Wayne defendía la pasada lucha con los indios en sus entrevistas y a la Guerra de Vietnam con su panfletaria película "Los boinas verdes". El republicano ejemplar también lanzó en 1973 un disco donde hablaba sobre fondos musicales, el título de tamaña producción era "América: por qué la amo". La producción fue un mega éxito de ventas y el suceso se repitió en septiembre de 2001, cuando los estadounidenses se lanzaron a comprar todo lo que tuviera su bandera estampada.

Anticomunista confeso, amigo del director del FBI, rostro publicitario de cigarros, de armas y de Ronald Reagan, el actor fundó en 1944 la Asociación Fílmica por la Preservación de los Ideales Americanos y se dedicó a reclamar contra películas "pervertidas" —como "Easy riders"— que destruían su idea de que el cine debía ser una decente entretención familiar. Así no era extraño que en un mundo polarizado, Wayne fuera un héroe para los que veían cómo los valores de antaño se diluían en una generación en cambio. Pero a la vez, era la materialización del sistema que otros querían modificar. Para ellos, Wayne era —por lo menos— un racista que se merecía la canción "John Wayne was a nazi" que el grupo punk MDC hizo en 1979.


El cowboy histórico
John Wayne nunca dejó de ser John Wayne. Desde que adoptó su nombre artístico —el original era Marion Morrison— dentro o fuera de la pantalla, Wayne siempre fue un vaquero y todos los vaqueros siempre fueron Wayne. No es una exageración. Aunque filmó algunas cintas de otros géneros, la mayoría de las 171 películas en que participó fueron de western, muchas de las que ahora se consideran títulos clásicos a cargo de directores clásicos, protagonizados por el más clásico de todos los actores de las películas del Oeste. Según el sitio imdb.com —la biblia virtual del cine—, el actor tiene el récord de la mayor cantidad de protagónicos en la historia del séptimo arte. Además se clavó durante 25 años en la lista de las diez estrellas que más público atraían a las salas. Así su imagen se multiplicó en un centenar de cintas que fueron vistas por millares de personas.

La importancia de la proliferación de su apariencia no se redujo a un asunto de dinero o de popularidad. Toda nación se construye sobre un origen mítico poblado de hazañas y héroes. En el caso de Estados Unidos, esta memoria épica tenía un protagonista anónimo: el vaquero que a punta de balazos, esfuerzo y sangre logró someter una tierra difícil —y de paso a sus habitantes originales—. Cuando el cine estaba en pañales —y ya mostraba su potencial de constituirse en memoria—, dio a luz al western, el género americano por excelencia y la forma definida de su mito. Tiempo después, el estreno de "La diligencia" (1939) le trajo a John Wayne la fama suficiente para ser llamado estrella. Ya no había vuelta atrás: entre el pañuelo y el sombrero de ala ancha, el cine había puesto un rostro reconocible, el de Wayne.


Del rostro a la cabeza, la visión de los westerns clásicos se coló en su protagonista. El mundo de Wayne era uno sin matices, dividido entre buenos y malos, indios y vaqueros, comunistas y americanos; un mundo que calzaba perfecto en Hollywood, la fábrica de estereotipos. Ahí "la perversión y la corrupción se enmascaran tras la ambigüedad". Pero el hombre que desconfiaba de la indeterminación, era una confusión en sí mismo. El cowboy de simulacro que se paseaba por un pueblo ficticio bajo la abrasadora luz de los focos, el héroe de cartón piedra fundiendo lo que encarnaba con lo que era.


El fugaz viaje de Wayne a Chile
John Wayne llegó a Chile el 20 de agosto de 1952. Dos días después, se fue. Durante las 48 horas que sus botas vaqueras pisaron tierra chilena, el actor bebió martini seco, fumó y se reunió con la prensa. No tenía mucho más que hacer por acá, porque ya había encontrado en Perú las locaciones que buscaba para su próxima película y a la mujer que sería su tercera esposa.
Tras el encuentro con los periodistas, Wayne dejó una excelente impresión en el autor de un artículo sin firma que apareció en la revista Zig Zag. "Un niño grande" se titula la nota que deja claro que el embobamiento con el entrevistado no es un mal reciente. El texto cuenta que "el más simpático y popular de los astros" llegó desde Lima en el Interamericano para abordar El europeo SAS rumbo a Montevideo. Así, de cuerpo presente, el autor del texto comprobó que el actor no representaba sus "45 veranos" y que era cierta su imagen de "valiente, sufrido, sencillo, campechano, sincero y noble". Pero además de mirarlo, los periodistas también hablaron con él. "Sonriendo y encogiéndose de hombros, absolvió todas las preguntas. Hasta las íntimas, cuando confesó que acababa de separarse de la mexicana Esperanza, y las llenas de lugares comunes, como cuando se le preguntó por la belleza de la mujer chilena…".