Es difícil hacer un recuento cinematográfico del 2010 en medio del contexto social que nos tocó vivir. Las distancias sociales se hacen cruelmente explícitas, la privatización de servicios (y derechos) públicos parece tragarse todo lo que encuentra a su paso y los grupos que buscan subvertir el sistema capitalista son perseguidos, encarcelados, torturados o enjuiciados amparados en la constitución heredada de la Dictadura y que ningún gobierno concertacionista eliminó.
2010 fue un año duro, donde las clases medias y bajas fueron las mas dañadas, desde las precarias condiciones de trabajo de los mineros, las construcciones dañadas tras un terremoto y la explotación aledaña de dicho drama, las inhumanas condiciones en que deben cumplir reclusión un montón de personas, y continuando con la insólita “revolución de la educación” planteada por el Opus Dei Joaquín Lavín, que como toda revolución de derecha, no busca sino el control moralista de la sociedad.
Por si nadie lo recuerda, se cumple también el primer año del Ministro de Cultura Luciano Cruz-Coke, reputado (?) ex actor de telenovelas del Canal de la Universidad Católica, formado en Estados Unidos y en la Academia de Humanismo Cristiano (?). Si bien su perfil de “derechista progre” le significó aparecer permanentemente en el lado amable (e inútil) de los grupos estratégicos de la campaña de Sebastián Piñera o haciendo lobby con grupillos de la cultura local, este primer año se ha traducido en una cruel seguidilla de despidos injustificados en el Consejo Nacional de la Cultura y las Artes, una de las “limpiezas” mas drásticas de la nueva administración.
Desde el primer momento, el Ministro declaró públicamente que su política se centraría en “acercar la cultura a la gente”, dando a entender que este es el gran problema de las estrategias culturales centradas en producir más que en generar acceso, arrojando como blindaje a cualquier crítica –y como todo Ministerio- los torpes manejos de la Concertación en este campo.
Hace no mucho, en su balance anual, Cruz Coke comentó que “las cintas locales pierden más del 80% de las butacas. Eso es inaceptable y tiene que ver, por una parte, con que más del 90% del dinero de una película se va en producción y menos del 10% se dedica a la publicidad y a hacer circular los filmes. Afuera se gasta por lo menos el 30% de los recursos en la última parte". Ese “afuera” no es sino el circuito de explotación propio del sistema norteamericano o europeo de gran escala, por lo que sus deseos de empujar una cinematografía pequeña y cada vez mas vulnerable a los dispositivos extranjeros y colonizadores, proponen sus claves para enfrentar la producción local. Esto no es nuevo, considerando que muchos productores y cineastas ya encontraron una veta en la construcción de películas para Festivales de Cine Europeos, contentándose con satisfacer a una pequeña elite pudiente de nuestro país.
Hoy, como nunca, las películas no se hacen para nuestra gente, independiente que se tomen estereotipos populares siempre consumibles por los extranjeros como el lugar común de la UP o las historias mínimas de la clase media.
Ese distanciamiento grave no parece importarle a nadie, y es así como la actividad cinematográfica deja de tener el valor inmaterial que tuvo en algún momento, transformándose en un mero circo del fin de semana de las clases que pueden pagar $4.500 por una entrada a un complejo comercial cuyos dueños tienen oficinas en Estados Unidos. Alentar esa política ha sido tarea de muchos en estos últimos años, y hoy parece constituir el eje de esta administración. En su discurso sobre los espectadores y los públicos, Cruz Coke ha establecido como meta “hacer popular el cine”, lucrando lateralmente y avalando un sistema que produce cantidad pero hace rato dejó de lado los contenidos. La historia oficial replicará que estamos en medio de una crisis de espectadores, que la gente no va al cine y menos a ver cine chileno.
Esta falacia obvía que los medios digitales se han instalado como una plataforma bastante mas democrática, desplazando los mausoleos Hoyts a un espacio de diversión hedonista. La cultura del “tu también puedes hacerlo” –que también alimenta la reedición de nuestra revista autogestionada- ha alentado una serie de videos (muchas veces ni siquiera películas) que son colgados en la web y que son capaces de causar en el espectador esa sensación que podía provocar una obra audiovisual hace cuarenta años atrás. Un ejemplo evidente es el video subido a Internet de un grupo de Carabineros torturando a un indigente, y que ha sido vistos por casi 16.000 usuarios en solo un portal. ¿Cuál fue la última película chilena que en una semana obtuvo este nivel de audiencia? Los yuppies de las cifras del cine nacional solo contabilizan un éxito entendiéndolo en relación a la venta de entradas de un complejo cinematográfico o por la cantidad de premios y nominaciones obtenidos en el exterior, indicadores que son en realidad la manifestación mas concreta del neoliberalismo proyectado en el campo cultural: el público vale en relación a lo que puede pagar por un ticket, y una obra artística se considera exitosa por ello.
Evidentemente este análisis se puede entender como una reflexión en torno la masividad del cine, pero en realidad la premisa principal es el acceso, tal como lo plantea el Ministro Cruz-Coke, pero entendiéndolo en su mirada neoliberal y capitalista. Bajo su punto de vista, no detallará que nunca antes hubo tantas personas dispuestas y anhelantes a acceder a piezas audiovisuales nacionales, ni hubo tantas piezas audiovisuales disponibles para ser vistas.
Hoy, documentales abiertamente de denuncia como “La Funa de Víctor Jara” –que narra el día en que un grupo de activistas se introducen en el lugar de trabajo de un funcionario público que habría sido quien le disparó al cantante y actor- , cuenta con 143.000 visitas, lo que no solo habla del acceso sino del interés por el espectador por buscar este tipo de películas que un canal convencional no otorgará nunca. Si lo comparamos cuantitativamente, este documental sería casi tan taquillero como “Grado 3”, la película chilena mas vista de 2009, que llevó 240.000 espectadores, y “más exitosa” que “La Nana” e “Dawson, Isla Diez”, que llevaron cada una algo mas de 90.000 espectadores, según las cifras obtenidas en la investigación “Oferta y Consumo del Cine en Chile”.
Quien no entiende este fenómeno, o simplemente lo niega, se enceguece ante el nuevo cine chileno y a la vez desconoce o minimiza una serie de películas modestas que no pretenden pasar por manos de mercaderes o modelos de marketing, sino que se relacionan de manera directa con el espectador, respetando por sobre el mercado el interés autoral y la búsqueda formal.
Es este el momento único para entender que las claves de denuncia, agitación, educación y creación artística no van de la mano con las empresas, los formularios, los catálogos de exportación o las anticuadas limitantes del copyright, sino que existe un contexto nuevo y rico, donde la virtualidad no solo es acceso y alteración del sistema, sino que puede convertirse en un arma subversiva. Todo lo contrario a las antiguas políticas culturales del nuevo Gobierno.
Colectivo ANTU