La vida útil, de Federico Veiroj




“Estamos haciendo un “marketing” no vendiendo los relumbres del lujo, de la forma y del consumismo, sino de otra forma de comunicación que puede ser  -y es, en definitiva- mucho mas gratificante que ver la última producción industrial.”

Manuel Martínez Carril, sobre el rol de la Cinemateca Uruguaya


Las Cinematecas son pequeños reductos donde se guardan películas antiguas y nuevas. Son también aquellos lugares donde aún se puede acceder a copias en 35mm de clásicos cineastas como Bergman, Buñuel, Vigo o De Sica.

Las Cinematecas, por mucho tiempo, parecieron no importarle a nadie mas que a los cinéfilos devotos, aquella extraña raza que con la misma pasión devoran una película danesa que una brasileña o filipina. “Toda película importa, merece ser vista y entendida”, podría ser la síntesis de un archivo fílmico.



“La Vida útil” es el retrato cómico y brillante de una Cinemateca pequeña, de un país pequeño, y con los dramas habituales de los países del tercer mundo. Desde ampolletas dañadas hasta arriendos impagos, la película transita por un mundo desconocido para el gran público, para las instituciones de poder e incluso para los mismos audiovisualistas. Sin embargo, es la antítesis a una película críptica, sectorista o localista. Federico Veiroj, su director, plantea el relato de quienes fueran sus ex compañeros en la Cinemateca Uruguaya, lugar donde el mismo trabajase hasta el año 2002. De ahí que el valor no reside en la historia, sino en las relaciones que emprenden personajes obsesos por un estilo de vida marginal y subversivo dentro de un sistema. Dicho de otra forma, establece el paradigma de cómo la entrega a una actividad fronteriza puede ser también un acto de resistencia.

Jorge, un obseso cinéfilo programador de la Cinemateca Uruguaya, ve transcurrir sus días en una actividad que le apasiona, a pesar de ir cada vez mas cuesta abajo: salas medio vacías, problemas técnicos y algunas deudas por pagar. Sin embargo, el equipo de la Cinemateca logra sacar adelante igualmente esta actividad pasando por alto los problemas, creando inconcientemente un sistema propio y autogestionado que les permite hacer lo que aman, incluso –en el caso de Jorge- descubrir una pequeña obsesión por una mujer que asiste de público habitualmente con ganas “de ver buen cine”.



Bajo esta premisa, la película constituye un modelo ideológico frente a una sociedad de mercado obsesionada por el capital, proponiendo pequeños reductos que resisten la rutina, el poder, el neoliberalismo y la superficialidad vacua contemporánea. Como un síntoma del modernismo, la película en una aparente lectura romántica (filmada en formato cuadrado 4:3 y en blanco y negro, con personajes adultos que se enamoran, cantan, bailan, sueñan y se ilusionan), “La Vida útil” –como lo plantea su título- es una reflexión compleja en varias capas sobre cuanto aguanta el hombre contemporáneo, cual es su “utilidad” social y como a partir de congeniarse con su propia actividad, ella se transforma en indivisible con el cotidiano. Esto es, la fuerza laboral no se mide en cuanto a productividad cuantificable, sino mas bien en cuanto a la pasión puesta en ella, racionamiento individualista pero a la vez completamente vanguardista en el cine realizado actualmente en nuestro continente.

En términos cinematográficos, “La Vida útil” es una película que se enmarca en códigos contemporáneos, extremando dispositivos que releen el propio lenguaje cinematográfico. Evidentemente, el “tema Cinematecario” desde el que se plantea es finalmente un mero pretexto para que de forma híbrida se entrelacen citas e hipertextos referidos a la cinematografía y a su historia, transitando desde el documental (brillante la escena en que el comité dialoga sobre cómo solucionar el problema de un proyector de 35mm, pero rehúye enfrentar los serios problemas económicos por los que atraviesan) hasta el musical (bailes por escaleras centenarias de la Universidad “a-la-Fred-Astaire”), no son sino ejemplos de un dominio y una conciencia de la materialidad del cine como propulsor de un espacio independiente en la narración contemporánea.



“La Vida útil” es, a la vez, una película reconocible como “sudamericana”: con escasos recursos y de la mano de auspicios obtenidos desde Europa -que se esmeran en financiar el cine que nunca podrán hacer- es a la vez una declaración de principios del arte latinoamericano. No hay dinero, pero hay historia.

Además de ser una película joven (es el segundo largometraje de Federico Veiroj tras la premiada “Acné”, nunca estrenada comercialmente en Chile), es una película con actitud rebelde del sistema comercial, pero a la vez humaniza a quienes están detrás de los pequeños sistemas, tal como lo hace el mejor Mike Leigh, entablando una especie de poética del cotidiano de la gente simple.

“La Vida útil” es una película anómala en el cine latinoamericano, aunque se enlaza con sus pares “Gigante” (Adrian Biniez), “Whisky” (Pablo Rebella, Juan pablo Stoll) y “Mal Día para pescar” (Alvaro Brechner). Modesta y de bajo presupuesto, con pocos diálogos, con una historia de amor de adultos, sin chistes pero con humor y con la capacidad de conmover mostrando una calle o a un entusiasta haciendo un programa de radio que quien sabe quien escuchará. No pareciese ser una película, sino mas bien un anhelo.  Pero la cinematografía se evidencia como lenguaje específico cuando hay espacio para ahondar no solamente en la sociedad, sino en cuales son los espacios ocultos de esa sociedad. A partir de una historia “mínima” (término empalagoso de un cine bastante aburrido), “La vida útil” nos muestra el valor del hombre contemporáneo sin necesariamente ser panfletaria, sino mas bien exponiendo las armas con las que cuenta un grupo de personas para sacar adelante un proyecto de vida sin traicionarse.