Septiembre, como es bien sabido, corresponde al mes de las “Fiestas Patrias”, donde sale a la palestra la tan vociferada “Chilenidad”. Aquí, se supone, somos más chilenos que nunca, y las diferencias que podamos tener pasan a un segundo plano, hay que celebrar como un gran pueblo, como hermanos, y sobre todo ahora, con motivo del Bicentenario. Es en este periodo del año donde las pasiones “nacionalistas” suelen desatarse y la televisión se llena de avisos que apuntan a ensalzar dicho sentimiento.
De lo anterior podrá desprenderse que “Chilenidad” es la clave, la palabra que concentra todas las actitudes y sentimientos involucrados en estas fechas. Ahora bien, cabe señalar que dicho término no tiene demasiados años, dado que sólo comienza a tomar forma y usarse a partir de finales de la década del ’30 del siglo pasado, específicamente durante el gobierno de Pedro Aguirre Cerda (1938-1941), en el cual se buscaba dar un impulso al país, que lograra industrializarse, además de proveer de forma equitativa a la mayor parte de la población de bienes y servicios. No puede obviarse que el lema de Aguirre Cerda era “Gobernar es Educar”, por lo que ya algo puede inferirse con respecto a lo que su administración aspiraba. Y bueno, todo esto se da bajo una fuerte concepción Nacionalista, en dónde la palabra “Chilenidad” cobra fuerza y protagonismo.
A partir de este punto podemos ya comenzar a entablar lazos con el archivo fílmico correspondiente a la época, en donde encontramos filmaciones, valga la redundancia, de corte noticioso que dan cuenta de acontecimientos importantes dentro del “quehacer nacional”. Una de ellas, y que tal vez podría considerarse una suerte de declaración de principios con respecto a la “Chilenidad”, es el documental propagandístico encargado por el mismo gobierno de Pedro Aguirre Cerda durante 1939 al documentalista Emilio Taulis, y que lleva por nombre precisamente “¿Qué es Chilenidad?”.
En él se da a conocer el término en cuestión como el lema de acción para lograr el progreso del país, su levantamiento, sobre todo a un nivel industrial. Hay que recordar que Chile fue uno de los países más golpeados por la crisis del ’29, alcanzándose altos niveles de cesantía, por lo que resulta bastante atingente este llamado, sobre todo considerando también que estaba ya en práctica (desde los gobiernos anteriores) el denominado “Sistema de Sustitución de Importaciones”, en donde se pretendía producir en Chile los productos manufacturados que comúnmente se habían traído desde fuera, para así ser menos dependientes y no sólo un país productor de materias primas. Por medio de esta política estatal, por ejemplo, se crearon instituciones como la CORFO (Corporación de Fomento de la Producción, 1939).
Del mismo modo, en el documental se dan conocer los elementos constitutivos de la “Chilenidad”, destacando entre ellos, y como primer eslabón, el ejército, bajo el argumento que la patria necesita de hombres que la protejan y defiendan, destacándose además su, por llamarlo de algún modo, “filosofía de trabajo”, en donde la disciplina, la obediencia y el trabajo son los elementos primordiales y, por qué no, extensivos al resto de los chilenos en el esfuerzo por sacar adelante al país, labor en la que “Raza vigorosa en mente y espíritu” resulta clave y necesaria, de ahí los esfuerzo por desarrollarla y perfeccionarla.
Precisamente aquí aparece quizás uno de los elementos más llamativos con respecto a este documental propagandístico. El uso de la palabra “Raza” puede sonar bastante extraño hoy, con ciertos tintes nacionalsocialistas, pero era para nada anormal en las primeras décadas del siglo XX en nuestro país, resultando transversal su aceptación, uso y promoción en lo que a nivel social y político respecta, y todo lo que ambos pueden afectar, como la educación, pieza clave como se verá.
Remitiéndonos a la génesis del concepto, la idea de una “Raza Chilena” de a poco se instala dentro del imaginario nacional, haciéndose ya en Guerra del Pacífico uso de ella, y alcanzando durante la primera década del siglo XX un cuerpo de corte más “teórico”, con libros dedicados al tema, como lo es “Raza Chilena” de Nicolás Palacios, publicado en 1904.
Según Bernardo Subercaseaux “con la Guerra del Pacífico y más tarde, con el Centenario, la “emocionalidad de la patria” se reactiva y requiere de alguna instancia para productivizar una mayor cohesión social. Se necesita por de pronto integrar en la idea de nación además de los sectores medios al pueblo, al “roto”, que ha sido uno de los artífices del triunfo. La Guerra Civil de 1891, el auge del salitre con sus repercusiones (dinero fácil, plutocracia, belle époque criolla, decadencia de la élite), la inmigración y los profesores alemanes (lo cual se percibe como decadencia del espíritu de nacionalidad), los problemas de límites pendientes con países vecinos, sumado a la presencia de nuevos actores sociales y políticos, son aspectos que constituyen un contexto proclive al nacionalismo”[1].
Existiendo todo este marco, logra tomar forma el concepto en cuestión, pero también resulta bastante importante el hecho de que varias de los elementos que se recogen para su conceptualización ya se encontraban presentes y normalizadas dentro del imaginario chileno, por lo que mas bien la “Raza Chilena” vino a aunar y juntar bajo una sola representación aquello que ya era socialmente aceptado por un número importante de personas, de ahí que no se haya cuestionado mayormente esta idea, y es más, que desde el propio Estado se haya visto promovida.
Ahora bien, de acuerdo a los entendidos de la época, la “Raza Chilena” provendría de dos fuentes, por un lado la Goda, correspondiente a los españoles, y por otro la Araucana. No deja de llamar la atención que los Mapuches hayan sido integrados dentro de lo “chileno”, por decirlo de algún modo, casi por vez primera en su historia, aunque las circunstancias e implicancias de esta teoría sean oportunistas y discutibles, además de xenofóbicas.
De la “mezcla” anterior se desprenderían características de la “Raza” como “la valentía, el sentido guerrero, la sobriedad, el amor a la patria, la moralidad doméstica severa, el rechazo a los afeites, el carácter parco, el predominio de la sicología patriarcal etc”[2]. Todo esto será de acuerdo a Nicolás Palacio, para quien el “Roto Chileno” constituye el mejor exponente, al ser la síntesis perfecta de las dos razas antes referidas.
Del mismo modo, y como en toda construcción identitaria, en donde la propia definición se hace a partir de un “Otro” que no se es, habrá de marcarse una diferencia con respecto a las costumbres “femenizantes” y “matriarcales” que se estarían trayendo a principios del siglo XX desde Europa, y que podrían doblegar el espíritu de la “Raza”, sensibilizarlo. Como dice Palacios con respecto al Roto: “(...) no es de facciones finas, ni es zalamero, ni se paga de adornos ni de afeites...tiene algo de la rigidez del espino, mientras la plebe europea con la que se pretende reemplazarlo posee el exterior liso y relumbrón de la caña”[3].
Importante mencionar que toda esta teorización contará con la gran influencia del Darwinismo Social proveniente de Europa, en donde se plantea que los individuos de una Raza tienen características Biológicas, Psíquicas, Culturales y Sociales comunes por el sólo hecho de pertenecer a ésta, existiendo así un cierto determinismo e implicando el hecho de que dichas características son heredadas, cuestión que derivará en la denominada “Eugenesia”, ciencia abocada al “buen procrear”, o sea “crear” individuos que de acuerdo a los patrones imperantes sean dignos representantes de la raza. Y será precisamente esta mirada la que tomará más peso para el Estado de Chile.
Como ya se anticipaba, la educación será una de las principales herramientas para introducir y socializar (no puede obviarse que la Educación es de por sí un ente socializador) estas ideas de corte nacionalista. Y específicamente la Educación Física es la escogida , en el sentido de fortificar la “Raza”, hacerla saludable, llegando incluso durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo (1927-1931) a crearse la “Dirección de Educación Física”. Así mismo, en la presidencia de Pedro Aguirre Cerda se crea por decreto un organismo llamado “Defensa de la Raza y aprovechamiento de las horas libres”, destinado a la formación tanto física como moral de los jóvenes.
Durante el discurso donde se anuncia la conformación de este organismo, Pedro Aguirre Cerda señala que “fortificar la raza, formarla sana y pujante, proporcionarle la alegría de vivir, el orgullo de sentirse chileno, es un sentimiento que nadie debe negar a nadie, cualquiera que sea el medio que unos u otros conceptúen como el más apropiado”. “Dos factores hasta ahora descuidados es preciso considerar —señala el Presidente— para lograr este propósito: fortalecer el vigor físico de nuestros conciudadanos por medio de prácticas deportivas al aire libre, adecuadas, y tonificar su salud moral fomentando su vida de hogar y de relación”[4].
Será aquí en donde puede hacerse un nuevo nexo con el archivo fílmico correspondiente a dicha época, realizado con el objeto de mostrar actividades bastante cotidianas, pero que hoy podemos leer desde otra perspectiva. Es el caso de filmaciones sobre ejercicios gimnásticos, en donde no deja llamar la atención el marcado militarismo, rigor, orden de las presentaciones, estando todos los componentes impecablemente uniformados de blanco. Esto puede verse en las imágenes de la celebración del Centenario de Chile, en la Inauguración del Estadio Nacional (1938, durante el gobierno de Jorge Alessandri Palma) o la presentación de la Dirección de Educación Física en el Club Hípico con la presencia de Carlos Ibáñez del Campo.
Indudablemente en dichos años estaban totalmente socializadas estas prácticas y probablemente nadie las discutía mayormente, si se realizaban era por algo. Basta con ver las filmaciones en torno al Liceo Valentín Letelier y la practica del boxeo, algo impensado en estos días. Importante igual es señalar que estas actividades físicas probablemente no sólo buscaban, como ya se desprende de las anteriores palabras citadas de Aguirre Cerda, la formación física, sino también conductual. No puede ignorarse esa marcada disciplina, orden, que finalmente modela en cierto modo el cuerpo y lo normaliza, pudiendo hacerse extensivo a otros ámbitos más cotidianos, y de los que aún quedan algunos resabios, quizá más que los deseados.
Conceptos como el de “Raza Chilena” vistos desde la distancia nos pueden parecer oportunistas, con una fuerte carga emotiva destinada finalmente a generar un sentido de pertenencia y defensa ante el “Otro” que se ve como un amenaza. En su momento fue aceptado y promovido, y si bien hoy resulta algo chocante, al detenernos un momento y ver sus elementos constitutivos u objetivos, nos podemos dar cuenta que tampoco están demasiado lejos del sentimentalismo y chovinismo que tiende a inundar el ambiente durante el mes de septiembre, desatando pasiones que el resto del año parecen estar dormidas y que salen a la luz ahora, quizás muchas veces con fines económicos y políticos, los últimos apuntando a una unidad como país que resulta utópica, pero que puede sonar bastante bien.
Si bien el presente texto está más abocado a la parte histórica y sociológica, no es menos cierto que esta perspectiva ha sido posible a partir de la revisión y visionado de antiguas filmaciones, de las cuales surgen preguntas, inquietudes que pretenden ser respondidas, tal como aquí se intentó. El punto, finalmente, es ver las posibilidades que da al archivo fílmico en el sentido de que nos permite ver cómo el “mundo” era entendido algunos años atrás y cómo cosas que hoy nos parecen extrañas antes no lo eran, sino que parecían bastante normales. En conclusión, dichas filmaciones pueden ser usadas como un medio para entender, aunque suene cliché y general, lo que fuimos y la razón del por qué somos como somos.