La historia de la película “Queridos Compañeros” está bañada de nostalgia, de personas que no están, desaparecidos, exilio y desarraigo. Pero también es el retrato de una generación que buscaba cambiar un sistema injusto, y que de puro insolentes planteaban que la revolución era el arma mas importante para cambiar las cosas. El horroroso desenlace del 11 de Septiembre de 1973 no solo cortó de raíz aquellos anhelos, sino que implementó un cruel sistema que se opone radicalmente a las aspiraciones de justicia de aquella generación.
Pablo de la Barra, el director de “Queridos Compañeros”, retornaba a Chile en 1970, tras estudiar en la Universidad de California en Estados Unidos. Su retorno va de la mano con la realización de esta película asumida directamente como política, y que en palabras del propio autor tenía como objetivo “reflexionar sobre la tan particular esencia del militante”[1] .
La efervescencia socialista de aquellos años significó despertar la simpatía de intelectuales norteamericanos amigos del director y cercanos a la causa, quienes alentados por los vientos de cambio solventan la producción de la película en un momento complicado como para desarrollar la producción de un largometraje político en Sudamérica. Las ganas de hacer cosas, y hacerlas de inmediato, permitían que Pablo de la Barra participara simultáneamente en la filmación de “La Batalla de Chile”, el enorme documental de Patricio Guzmán, y anteriormente como asistente de dirección en la película que realizara Costa Gavras en nuestro país, “Estado de Sitio”, otro film político que se detiene sobre los Tupamaros, guerrilleros uruguayos.
“Queridos compañeros” estaba concebida como una reflexión en torno a los militantes de izquierda que comenzaban a usar la acción por sobre la teoría. Era el MIR, que planteaba utilizar nuevas formas de lucha contra el poder como las expropiaciones y las corridas de cerco en los fundos del sur de Chile, con el fin de darle tierras a los trabajadores y campesinos. Ambientada en 1967, año en que gobernaba el democratacristiano Eduardo Frei Montalva, la película abordaba las luchas populares, la resistencia, la persecución a la que eran sometidos, pero también el choque de dos tendencias dentro de la misma izquierda: la tradicional y la joven activista.
La filmación de la película solo pudo comenzar en Agosto de 1973, reuniendo un equipo que contaba con importantes actores como Marcelo Romo, que venía de trabajar en “El Chacal de Nahueltoro” (Miguel Littín, 1969) y “Ya no basta con Rezar” (Aldo Francia, 1972). También participaron Nemesio Antúnez, Gloria Lazo y Mario Vernal, este último también actor en “Caliche sangriento” (1969) de Helvio Soto, y que se había formado como actor con el padre del director, el destacado Pedro de la Barra, fundador de la Escuela de Teatro de la Universidad de Chile.
Filmada con una cámara Arri 3 y con película Fuji Color, que era un verdadero lujo para esos años, la producción culmina el 9 de Septiembre de 1973 con la filmación de una toma de terrenos: “Usamos para esos menesteres mas de 100 uniformes de carabineros, pintamos una micro del color militar, e hicimos unas 80 metralletas que eran de madera, pero el tipo que las hizo era un maestro artesano y las armas se veían perfectas. Se descansó el lunes 10 y el martes 11 de septiembre era el último día de filmación. Claro, no filmamos”[2].
Esas mismas armas y uniformes fueron descubiertos el 14 de Septiembre por las fuerzas militares que allanaron la casa productora, lugar donde además se almacenaba todo el registro de sonido de la película. Los negativos de imagen, que se encontraban en Chilefilms, fueron rescatados y posteriormente escondidos en la Embajada de España. De un momento a otro, la película quedó detenida.
El desenlace de la historia es amargo: Pablo de la Barra es detenido y tras ser liberado sale al exilio a Paris y luego Venezuela. Su hermano, Alejandro, fue asesinado por agentes militares el 4 de Diciembre de 1974. Ese mismo día, Pedro de la Barra, el padre de ambos, y que estaba exiliado en Venezuela, se entera del asesinato de Alejandro y sufre un ataque al corazón. Fallecería dos años mas tarde. Por otra parte, Charly Hormann, amigo norteamericano de Pablo de la Barra desde aquellos años en California, y que se encontraba en Chile trabajando como periodista independiente y en gran parte empapándose de los procesos revolucionarios latinoamericanos, tras el golpe de estado fue tomado prisionero y conducido primero al Ministerio de Defensa y posteriormente al Estadio Nacional, que era utilizado como centro de detención, torturas y fusilamientos. En dicho recinto, Charly Hormann sería ejecutado el 18 de Septiembre de 1973 por militares chilenos, convirtiéndose con los años en un caso emblemático de las violaciones a los derechos humanos. El caso fue recreado en la película de Costa Gravras “Missing” de 1982, la cual fue censurada por la dictadura chilena.
Ante este desolador panorama, la película queda relegada a un segundo plano, hasta que ella empezó a adquirir otro cariz: se convirtió en un vínculo con un país ahora lejano, y además un acto de recuperar la memoria, la vida y las ilusiones existentes y que quedarían plasmadas en un registro fílmico. Poco a poco el proyecto comenzaría a tomar vida nuevamente.
La hija de Carlos Andrés Pérez, presidente de Venezuela en aquel instante, gestionó la llegada de los negativos de la película hasta Caracas. Ya con el material a salvo, y gracias a la solidaridad de muchos que apoyaban esta causa, se comenzó a reescribir el guión junto al argentino Jorge Goldemberg, guionista de importantes películas latinoamericanas como “La Estrategia del Caracol” (Sergio Cabrera, 1993, Colombia) o “Los Gauchos Judíos” (Juan José Musid, 1975, Argentina). Juntos plantean ahora una historia cuyo desenlace se entremezcla con el del país. Aquella historia analítica de militantes de izquierda que radicalizan su acción política, terminaba siendo un canto a los amigos y familiares del propio director, que fueron asesinados de forma violenta y sangrienta solo por ser militantes de izquierda. Aquellos personajes de la película de ficción terminaron por ser una metáfora de las ansias por obtener un mundo mas justo, pero a la vez un acto de cercanía con los desaparecidos, torturados y vejados.
Una vez reestructurada la película, el equipo se encuentra con que el sonido original estaba, probablemente, desaparecido en Chile. Tras el allanamiento a la productora, y la “evidencia” del atrezzo y demás elementos de escenografía, era imposible pensar que se podría salvar. De esta forma, comenzó un complejo proceso de resonorización de toda la película, que se dificultaba en parte por los equipos disponibles, y en otra gran medida por que se trataba de una película que fue realizada con ciertas libertades heredadas del cine documental, donde los actores tenían un grado de improvisación o intervenían lugares mezclándose con no actores. Esto significó que no había parlamentos escritos o recitados de memoria, sino mas bien una idea base sobre la cual se estructuraban en la marcha los diálogos.
La solución vino de una amiga paraguaya sordomuda, que leyó los labios de los actores y permitió escribir los textos, con modismos y acento chileno. “Había momentos en que ella traducía y me confesaba que no entendía nada. "Qué pasa" decía yo ante sus dudas, a lo que ella contestaba "Pablo, ese tipo dice -Tenis miedo huevón...- y el otro contesta -Escoba...- y me miraba francamente sorprendida y dispuesta a reconocer su error, porque no entendía qué tenia que ver ese adminículo de limpieza con esa situación.”[3] señala De la Barra.
Los problemas técnicos se solucionaron gracias a la pericia de un amigo arquitecto, que construyó en una pequeña sala una máquina que adaptaba proyectores de 35mm con el fin de crear un sistema para que los actores realizaran el doblaje de voces. Pablo de la Barra señala que “El aparato que ideó mi amigo arquitecto parecía sacado de una novela de Julio Verne, era enorme y ocupaba toda la pequeña sala de proyección. Pero cumplió su tarea.”[4]
Este proceso pudo concluirse recién en 1977, cuando se exhibe por primera vez esta película chilena terminada con la solidaridad de los venezolanos. Fue el sincero homenaje de su director a los miles de “Queridos compañeros” que cayeron en una lucha desigual. Si bien nunca se estrenó en Chile, y solo se exhibió en los primeros Festivales de Cine de Viña del Mar, es una película tan hondamente chilena que su redescubrimiento es cosa de instantes.